No estoy siendo pesimista, sencillamente la vida se convierte en un bucle del que es imposible escapar. Ya solo me queda la rabia, la frustración, la ira de ver como el cielo no existe, el infierno es esta existencia y el destino es el demonio que la gobierna. Un destino que no ha sabido reinar, que me ha sometido como una sucesión de genoma con el que experimentar en laboratorios con gaseosa. No tacho los días del calendario, ellos me tachan a mí y me consumen a una velocidad proporcional a la que desaparece la mentanfetamina de mi tercer cajón. Nunca pedí ver a pesar de quedarme ciego, pues los prejuicios de las personas siempre son la venda que tapa mis ojos. Esta es la voz lánguida de un humano que se ahoga, una voz más que se perderá entre una multitud insana bajo las aguas del puente de Brooklyn.
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