El nombre del blog lo tomo de una traducción desordenada de una canción de la mejor banda de todos los tiempos, Radiohead: Where I End And You Begin. Donde yo termino de escribir y tú comienzas a opinar qué te parece lo que estás leyendo. Os toca.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Walkers

Los huérfanos, los tullidos, los heridos de guerra, los desterrados... todos tienen razones de peso para la tristeza, pero muchos la convierten en fortaleza. Otros la cambian por violencia. Pero yo vengo a destacar al hombre medio, el que tiene una vida tranquila, un trabajo, una familia que le quiere y, a pesar de todo, por alguna razón, es incapaz de ser feliz. Y camina por las calles preguntándose por qué, intentando entender de qué va todo esto, ahogando su tiempo su tiempo en buscar una explicación que nunca encontrará.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Lobo estepario


Siento que nada me pertenece, estoy de pie en un mundo donde gobierna la casualidad y el descontrol, rodeado de personas como yo, con mis inquietudes, intentando simplemente entender qué sucede. Qué demonios está pasando. Pero no entiendo nada. Tengo la sensación de estar aquí, de existir, de mantenerme en pie en el sitio correcto, pero sin embargo, sé que hay algo diferente.

Me encontré rodeado de edificios familiares, estaba en mi ciudad, allí donde empieza la rutina, en el camino a casa tras una jornada de trabajo normal. El cielo lucía despejado, un azul claro que enblanquecía según alzaba la cabeza. Seguí alzándola hasta que la quemazón me devolvió la vista a una avenida desértica. Debía de ser mediodía, aunque la claridad era tal que no prometía haber más que cielo, una estepa infinita de tamaño inabarcable.

Seguí andando por la avenida hasta darme cuenta de que estaba solo. No la sensación de encontrarme solo en el mundo, sino la certeza empírica de que no había absolutamente nadie a mi alrededor. Tan solo yo ante una autopista hacia el cielo flanqueada por edificios fanstasma, borrados de cualquier rastro de actividad, de vida, despojados de sentimientos, vacíos. La calma sobrevino mi tranquilidad cuando el olor a mar invadió mis sentidos. La brisa aguardó el estruendo final, fue entonces cuando giré la cabeza y una ola gigantesca irrumpió la avenida y engulló todo aquello que encontró a su paso.

Lo siguiente que recuerdo es bracear desesperadamente. No pensaba en nadie más, me daba igual a quién pudiese haber alcanzado el rugido marino, de dónde procedía o si alguien se habría salvado. Yo tan solo necesitaba sobrevivir. Es en los momentos límite cuando te das cuenta de lo bajo de la existencia, nadie importa excepto yo, porque sin mí no existe nadie. Tras nadar hasta la extenuación el agua se evaporó como se evaporan las ilusiones, sin miramientos y sin pedir permiso.

Fui escupido a mitad de camino, allá donde el trayecto ascendente se ceñía a calles más angostas. Cuando recobré el aliento y retomé la verticalidad fui capaz de contemplar uno de los paisajes más bonitos que había visto jamás. Las desgastadas fachadas quedaron impregnadas de una humedad familiar, en definitiva agradable, exhalando calidez y arropándome con tanta dulzura que inmediatamente olvidé todo lo sucedido hasta entonces. Tan sólo existía ese momento, esa fracción de segundo que era mía para siempre. La tonalidad completamente azul de la calle englobaba el ambiente y advertía no dejarme escapar nunca. Y yo estaría enteramente conforme.

Lo cierto es que en contra de mi voluntad aparecí de repente en los alrededores de mi casa,  me convertí en la cruz de madera que sepultaba un paisaje desolador, un cementerio presidido por mi figura, asolado, derruido. No quedaba nadie excepto yo. Familia, amigos, todos evaporados con la brisa marina que empezó entonces a ahogarme hasta la asfixia. Entre toda la tecnología, entre toda la modernidad, el paisaje proclamaba poseer la verdad absoluta, asegurando que eso era la realidad y todo cuando hayamos podido intentar controlarla no había sido más que un juego de niños creyendo ser adultos, el juego de tronos en el que lo real deja de tener importancia simplemente porque nos mantenemos ocupados.

Pude sostenerme sobre mí horas, quizá días, semanas, meses. No lo sé. Finalmente me contemplé en una calle cualquiera. La recorrí y según lo hacía la reconocí familar. Alcancé el final y cuál fue mi sorpresa al girar y ver la plaza en calma, una tarde de otoño común, treintañeras persiguen a sus hijos con un bocadillo de paté entre las manos mientras ellos recorren su inocencia por el mismo lugar donde pasea aquel anciano del Yorkshire, buenas qué tal, pregunta la pelirroja, sentada cada tarde en aquel banco desde que perdió su vida, aquel vagabundo que está cimentando su casa, colocando cuidadoso los cartones uno encima de otro, éste a un lado, éste al otro, ahora me acuesto, seguramente hoy soñará con todo lo que pudo haber sido, soñará con ser el ejecutivo que justo está cruzando el puente del parque, con el desánimo repetido cada anochecer desde hacía veinticinco años.

De algún modo, todos eran conscientes de que había sucedido algo terrible, pero a nadie parecía importarle. Más bien, ya parecían haberlo olvidado. La sensación de existir, de realidad, se tornó entonces más fuerte que nunca y, ahora, entre tantos conocidos, la soledad taladraba cada poro de mi ser. Era un desconocido para todos ellos, tanto como ellos para mí. En una plaza repleta de personas, yo era totalmente invisible.

Recuperé la consciencia y la inercia me guió hasta el banco de metal donde se amotinaba la chica pelirroja. No sabía su nombre, su edad, sus aficiones, sus traumas, ni siquiera sabía si era real. Me giré levemente hacia ella y, antes de que pudiera articular palabra, subió la cremallera de su abrigo de lana, me devolvió la mirada y esbozó una leve sonrisa:

¿Quiénes somos? Somos los que quedamos.

lunes, 26 de septiembre de 2011

Flash


La magia desapareció en él como desaparecen las cosas que nunca han existido, con un escalofrío gélido que descubre una realidad que vive con nosotros desde el inicio de la etapa verdaderamente humana, que no es más que aquella en la que nos empezamos a plantear cosas más allá de nuestras necesidades vitales. Sobra decir que hay personas que nunca alcanzan esta fase, o bien la alcanzan y sólo consiguen con ello una involución. Conocer ese hecho era algo que no escapaba a su comprensión; sin embargo, tener que asumirlo fue un golpe demasiado duro para él. Había sobrevivido a base de engañarse y, aunque la mentira es el estatus quo prudente del que desea mantenerse cuerdo y tener una vida acorde con los estándares sociales aceptables –aunque incluso el mayor de los desviados acaba siendo genérico-, siempre había creído en cierto modo que el duende del ser humano, aquello que le hace diferente a cualquier otro ente, animado o no, acabaría decantando la balanza en contra de la lógica y, por tanto, a su favor. Pero eso nunca llegó a suceder. No sabemos, en cambio, qué es lo que le llevó a suicidarse aquella noche de otoño bajo la fría luz blanca que iluminaba su cuarto de baño, un mohoso cubículo hacinado en un antro de mala muerte en un suburbio en un recóndito punto cardinal de la tierra. Bastó una bañera y una cuchilla de afeitar. Algunos dicen que fue un hecho concreto el que desencadenó la tragedia –como si a alguien le fuera a importar, exclamó él desde el averno- , otros afirman que sencillamente dejó de creer.

miércoles, 31 de agosto de 2011

Un choque frontal

Era una calle normal. La agitación habitual de un barrio transitado cuando acecha el fin de la luz del día, es decir, algunos coches, personas volviendo de trabajar o haciendo el último recado del día. Caras familiares pero irreconocibles, las has visto cientos de veces, pero ninguna de ellas dice lo suficiente para recordarla la próxima vez. Hoy, en cambio, caminando por esa misma calle, conocía perfectamente cada una de las caras que se me cruzaban. Nunca las había visto, las había perfilado, intuido, casi moldeado con el hilo de mis pensamientos, pero nunca concretado en un molde corpóreo. Pero allí estaban, caminando hacia mí, sin perturbar su paso ni su mirada, pues yo no significaba nada para ellos. Yo era uno más.

En cambio, yo sí he reconocido esas caras. Había convivido con todas ellas durante gran parte de mi vida. A algunas los conocí cuando apenas gateaba, otras son más recientes, casi impuestas, pero todas ellas tenían un punto en común: yo. Han estado siempre conmigo, a veces las olvidaba, pero siempre aparecían en el momento más inesperado, en la situación más frecuente. Eran las eternas nominadas a un premio al que siempre asistían, porque sabían que acabarían ganando alguna edición. He intentado matarlas, esconderlas, disimularlas, pero los parches nunca son eternos. Nada es eterno, pero ellas acompañan cada tramo de eterninad desde el momento en que les abres la puerta. Y a veces se la abres sin querer. Y otras queriendo, sin saber muy bien por qué. Todo cambia, pero ellas permanecen.

Hoy me he cruzado con mis horrores, y no ha sido un encuentro agradable. Ni grato. Pero ha sido un encuentro necesario, porque sólo se acepta la realidad cuando te la cruzas de frente.

lunes, 8 de agosto de 2011

Mi realidad

¿Quién sabe dónde está exactamente la frontera entre lo real y lo imaginario?
¿Quién es alguien para decirte que su realidad es la tuya y por tanto la de todos? ¿Quién sabría decir por qué cuando soñamos utilizamos recuerdos almacenados en el subonsciente que ni siquiera habríamos apreciado como reales de manera consciente? ¿Quién es nadie para negar que podemos comunicarnos mediante lenguajes que aún no hemos sido capaces de estudiar?
¿Quién es capaz de afirmar sin dudar un ápice que tiene derechos sobre los demás si comparado con el universo no es más que una mísera mota de polvo?
¿Quién es nadie para asegurar que existen seres superiores a nuestro conocimiento? ¿Quién tiene la razón para negar que existen?
¿Quién no se ha fascinado alguna vez con nuestra capacidad de influir en realidades ajenas?
¿Quién tiene la potestad para negar que todo ocurre por una razón si nuestra inteligencia es limitada?
¿Quién necesita vivir constantemente en la realidad colectiva pudiendo disfrutar de una propia realizada a medida?

Yo no.

lunes, 25 de julio de 2011

Vivir solos, dormir juntos

La almohada dejó de ser hace mucho ese pedazo de algodón inerte para convertirse en mis pensamientos. Cuando duermo lo hago con ellos enterrados bajo mi cabeza, cuando no puedo dormir es porque ellos me entierran a mí. El motor que carbura el día a día necesita combustión, y a mí el petróleo se me acabó hace mucho. Qué suerte que cuando emprendo el viaje a lo onírico no necesito combustible, alguien decide por mí y sobre mí. Vale, es mi propio subconsciente, pero me hace el trabajo sucio, y con eso me sobra. Además lo hace bien, porque la criba es tan pura que escoge lo esencial, lo necesario. A veces bueno, a veces malo, pero elemental.

Los peores días mi subconsciente y yo rompemos el hielo y escarbamos en la parte más oscura de aquello que es necesario, esa parte que despierto, consciente, evitas. Pero llega. Y llega en forma de pesadilla, en forma de tormento infranqueable, una muralla de acero blindado de medio metro de grosor de la que es imposible escapar. "Eh, chaval, no me puedes evitar" - musita el subconsciente entonces, valentonado al ser consciente de estar jodiendo y bien.

Da igual lo fría que sea la noche o la soledad que rodee mi rutina. De un tiempo a esta parte ya nunca duermo solo: lo hago acompañado de mis miedos más profundos.

martes, 12 de julio de 2011

¿Carpe Diem?

Pensando en el futuro me descubrí inquieto, ansioso, amordazado por el simple hecho de imaginar que cualquier acto cambiaría de algún modo lo que pasaría en el futuro. Un simple posibilidad de acción desató mi angustia. Cuando amainó sobrevino una todavía peor, calibrar un futuro sobre el que no tenía posibilidad de acción. Lo imaginé opaco y recubierto de una capa de 2cm de cristal blindado. Podía verlo pero, al alargar mi brazo para tocarlo y modificarlo, chocaba abruptamente contra él.

Para cuando comprendí que la única manera de protegerme contra el futuro era remover mi pasado para encontrar patrones de conducta recurrentes y así recrear posibles futuros, descubrí un yo irreconocible, un yo de otra época, alguien que vivió unos sucesos que me resultaban extraños y ahora lo veía en tercera persona, ajeno a mí, alejado de esta cárcel de pensamientos en que me había convertido. Me resultaba tan familiar que me agotaba reconocerlo como un forajido, un indómito moonwalker que se alejaba del presente a cada recuerdo. El hecho de no reconocerme a mí mismo no mejoró las cosas, así que me convencí en el pensamiento de que lo mejor sería disfrutar el presente.

Pero qué es el presente sin entenderlo como el conjunto de los hechos vividos y las expectativas de que habrá un futuro mañana. ¿Carpe Diem? Sí, pero en qué circunstancias es la pregunta.

domingo, 3 de julio de 2011

Redes sociales

Es una comunidad de vecinos muy futboleros, donde cada semana se retrasmite un partido de liga en abierto, eso sí, cada uno desde la TV de su casa por problemas de derechos. Todos los sábados son festivos en esa comunidad, donde la sangría se funde en primera línea de importancia con los goles del equipo dueño de cada casa. Pero llega un día en que la cadena de televisión obra un descubrimiento que hará temblar los cimientos de la comunidad: resulta que en ciertas instalaciones la señal llega con 5 segundos de retraso, y ahora han fabricado un módulo de uso individual que elimina ese retardo temporal. El problema es que es un módulo bastante caro.

Andrés es el vecino rico y tocapelotas que debe existir en toda comunidad que se precie. Andrés, cabreado por la derrota de su equipo de la infancia durante tres semanas seguidas y cansado de aguantar las burlas de sus convecinos, decide pasar a la acción. Andrés, que tiene que pagar tantas letras como tiene un abecedario, pero tiene dinero de sobra y no le importa, decide instalar el módulo.

Llega el sábado y con él, fútbol. Como es habitual. En el primer regate el jugador local saca un zurdazo prodigioso que resulta con el balón en la escuadra. Toda la familia de Andrés, que es del equipo que ha marcado, estalla en alegría y empieza a gritar tan alto que el eco de sus euforias resuena en toda la comunidad, de dimensiones bastante modestas por otro lado.

Eustaquio, André, Celia y Alberto, que por supuesto también estaban viendo el partido, se ven espoileados al conocer que había sido gol 5 segundos antes de haberlo visto. La historia fue recurrente durante semanas, hasta que un buen día entresemana Eustaquio, que tenía unos ahorrillos de horas extra en la constructora, decidió adquirir el módulo. Dos semanas después lo compraron André y Celia, mientras que Alberto, que apenas llegaba a final de mes, tuvo que aguantar cómo durante meses sus vecinos le alentaban, casi obligaban a comprar el módulo. Es decir, no sólo veía destrozados sus partidos del sábado, sino que además tenía que aguantar cómo sus vecinos le recordaban durante la semana la "necesidad" del nuevo módulo.

¿Es el módulo realmente necesario en sí mismo, o bien son los vecinos los que convierten el módulo en una necesidad para Alberto?

martes, 14 de junio de 2011

La caída de los héroes podridos

Nacemos, pero no como lo hace cualquier otro ser vivo. Tenemos instinto, pero no nos basta con él. Necesitamos más. De hecho, por nuestra propia naturaleza estamos obligados a más. Nacemos con libertad, la que posee cualquier ignorante, la libertad de quien no tiene miedo al fracaso porque nunca se ha propuesto el éxito. La de quien no sabe qué es triunfar y lo que se siente al decepcionar a alguien a quien has querido. Pero esa libertad es efímera, desaparece al compás del paso del tiempo, ese tiempo que determina una realidad cruel: tenemos capacidad de elección, y con ello responsabilidades. Todo sería mucho más sencillo si todo se rigiera por el instinto, pero no. Hay que decidir, y lo que en principio parece un regalo emprende metamorfosis hacia algo más complejo, más oscuro. Podemos decidir, y el instinto nos advierte que nuestra supervivencia es lo primero. Nos convertimos en seres egoístas. Nos transformamos en corruptos.

La crisis económica en la que está inmersa el país desde hace unos años no ha hecho más que destapar un problema que no es puramente económico, si obviamos que la economía es una reguladora social en último término. De hecho, ha propiciado la constatación de la existencia de una pirámide fraudulenta cuyas escaleras son el amiguismo, el talento es una trampilla abierta en el despacho del jefe y el ascensor para subir sin esfuerzo es la ausencia más cristalina de cualquier tipo de moral. Una sarta de ricos sin esfuerzo que además menosprecian a quien osa cuestionar su estatus, asentados, sin mucha originalidad, sin talento y con una capacidad nula para gobernar sus propios negocios.

Con este panorama uno se pregunta si los que nos quejamos, los que berreamos, los que nos creemos poseedores de la moral absoluta, si nosotros no haríamos lo mismo si tuviéramos ocasión. En principio los ideales, la educación, el respeto ganan, pero al igual que en la historia ha habido una buena factura de personas que incluso murieron por defender la justicia (especialmente aquellos héroes silenciosos, aquellos sobre los que no se escriben libros, no aparecen en libros de historia y nunca verás protagonizar una superproducción de Hollywood), lo cierto es que también conocemos muchos que llevaron sus ideales al extremo (sobra mencionar figuras casi contemporáneas como Stalin o Hitler), o bien que tuvieron unos ideales firmes y socialmente aceptables (esto siempre cogido con pinzas) y se fueron corrompiendo en ese ascenso tan apetecible como es el éxito, el liderato. Esa senda de gloria en la que el viento siempre sopla a favor y en la que los peldaños de los problemas se difuminan hasta desaparecer en una cuesta abajo irrefrenable. Un líder es un referente, pero también es alguien con poder. De decisión, de convocatoria, de opinión. Poder en definitiva, y el poder mal llevado conlleva una ruptura, una distorsión.

Con el 15-M pudimos entrever dos cosas. La primera es que existe una capacidad mínima de reacción por parte de, eso sí, una porción todavía escasa de la población. Aunque sea por simple hartazgo ante lo ofrecido. Y la segunda es que hasta las intenciones más puras entienden de distorsión. Lo que en principio era una masa heterogénea de personas con un objetivo homogéneo pronto sembró la semilla de la duda: lo que en primer término trataba más de combatir enemigos comunes que otra cosa pronto empezó a torcerse y poco a poco cada uno comenzó a mirar demasiado sus propios intereses echando piedras sobre su propio tejado, incluso censurando en casos aislados y no respetando todas las voces, una tiranía que precisamente fue el pretexto para la movilización de los "indignados". Este movimiento, que en cualquier caso sigue siendo noble, dejó patente el alto grado de corruptibilidad de las personas y que, personalmente, me deja ciertas dudas de cómo actuaríamos nosotros si nos viéramos en una situación de poder real.

Y es que ser héroe no debe de ser sencillo. Héroe de verdad, de los que no salen en las "fotos de familia" y no son idolatrados por los medios. Esos son los héroes de plástico, héroes de mentira, los héroes podridos de los que habla la canción de Fernando Alfaro. Ser humano nunca ha sido fácil, y en el futuro no tiene pinta de ser distinto. Eso debería hacernos valorar más que nunca lo difícil que es tener principios, ser un héroe real. Porque como dice un buen publicista tan querido como odiado en este país, un principio no es tal hasta que sacrificas algo por mantenerlo. Y además del sacrificio de Jesucristo, venerado hasta la saciedad en una sociedad pasiva y enfervorizada hacia lo divino, decidme vosotros qué entendemos la mayoría de nosotros de sacrificio. Tender hacia la corrupción en cierto grado puede ser tan criticable como humano.

domingo, 22 de mayo de 2011

Vida

Sé que estoy vivo porque me encienden por la mañana. Lo hacen en un gesto de altruismo invertebrado que no alcanzo a comprender. Salgo porque tengo que hacerlo, estoy programado para esa tarea y tengo que cumplirla. Sonrío a la gente porque es lo que esperan de mí. De vez en cuando ingiero nutrientes para mantener mis constantes vitales a salvo, de otro modo no podría seguir desempeñando mi deber. En definitiva, no molesto. Hago lo que tengo que hacer. No cuestiono mi subversión porque es para lo que he sido programado. Un autómata no se hace preguntas. A un autómata no le preocupa el paso del tiempo, y por extensión perderlo. Un autómata actúa, y lo hace sin emociones. Y le da lo mismo.

lunes, 9 de mayo de 2011

CRASH!

Lo que acabas de escuchar es el sonido de una construcción megalómana rompiéndose en pedazos. Las piezas esparcidas de un puzle construido a través del tiempo sin apenas esfuerzo, pedazo a pedazo, inconscientemente. Una burbuja cuyo destino nunca fue flotar eternamente. Lo que acabas de escuchar sintetiza esa caída, ese esparcimiento, esa explosión. Aquello que jamás esperabas que ocurriera ha sucedido. La lógica finalmente ha vencido, como siempre lo ha hecho.

La vida se encarga de poner a las personas en su sitio. Las leyes de la naturaleza son certeras e ineludibles, no entienden de méritos ni atienden a razones. Y el sitio de las personas no es otro que el cambio. Su hábitat natural, el alfa y el omega, el lugar donde todo empieza y acaba. Constantemente vemos cómo intentan eludirla, aferrándose a cualquier elemento que parezca estable a largo plazo. A algunos les funciona hasta que el inefable final asesta el último cambio. Otros entienden el desorden desde el principio y lo aceptan. También están los que ni siquiera habrán tenido la oportunidad de elegir.

Porque todas las burbujas explotan. Ningún puzle queda unido para siempre. Pasa el tiempo, las construcciones se erosionan y caen. O simplemente son derribadas. La entropía siempre reclama su lugar. Nuestro lugar.