El nombre del blog lo tomo de una traducción desordenada de una canción de la mejor banda de todos los tiempos, Radiohead: Where I End And You Begin. Donde yo termino de escribir y tú comienzas a opinar qué te parece lo que estás leyendo. Os toca.

martes, 14 de junio de 2011

La caída de los héroes podridos

Nacemos, pero no como lo hace cualquier otro ser vivo. Tenemos instinto, pero no nos basta con él. Necesitamos más. De hecho, por nuestra propia naturaleza estamos obligados a más. Nacemos con libertad, la que posee cualquier ignorante, la libertad de quien no tiene miedo al fracaso porque nunca se ha propuesto el éxito. La de quien no sabe qué es triunfar y lo que se siente al decepcionar a alguien a quien has querido. Pero esa libertad es efímera, desaparece al compás del paso del tiempo, ese tiempo que determina una realidad cruel: tenemos capacidad de elección, y con ello responsabilidades. Todo sería mucho más sencillo si todo se rigiera por el instinto, pero no. Hay que decidir, y lo que en principio parece un regalo emprende metamorfosis hacia algo más complejo, más oscuro. Podemos decidir, y el instinto nos advierte que nuestra supervivencia es lo primero. Nos convertimos en seres egoístas. Nos transformamos en corruptos.

La crisis económica en la que está inmersa el país desde hace unos años no ha hecho más que destapar un problema que no es puramente económico, si obviamos que la economía es una reguladora social en último término. De hecho, ha propiciado la constatación de la existencia de una pirámide fraudulenta cuyas escaleras son el amiguismo, el talento es una trampilla abierta en el despacho del jefe y el ascensor para subir sin esfuerzo es la ausencia más cristalina de cualquier tipo de moral. Una sarta de ricos sin esfuerzo que además menosprecian a quien osa cuestionar su estatus, asentados, sin mucha originalidad, sin talento y con una capacidad nula para gobernar sus propios negocios.

Con este panorama uno se pregunta si los que nos quejamos, los que berreamos, los que nos creemos poseedores de la moral absoluta, si nosotros no haríamos lo mismo si tuviéramos ocasión. En principio los ideales, la educación, el respeto ganan, pero al igual que en la historia ha habido una buena factura de personas que incluso murieron por defender la justicia (especialmente aquellos héroes silenciosos, aquellos sobre los que no se escriben libros, no aparecen en libros de historia y nunca verás protagonizar una superproducción de Hollywood), lo cierto es que también conocemos muchos que llevaron sus ideales al extremo (sobra mencionar figuras casi contemporáneas como Stalin o Hitler), o bien que tuvieron unos ideales firmes y socialmente aceptables (esto siempre cogido con pinzas) y se fueron corrompiendo en ese ascenso tan apetecible como es el éxito, el liderato. Esa senda de gloria en la que el viento siempre sopla a favor y en la que los peldaños de los problemas se difuminan hasta desaparecer en una cuesta abajo irrefrenable. Un líder es un referente, pero también es alguien con poder. De decisión, de convocatoria, de opinión. Poder en definitiva, y el poder mal llevado conlleva una ruptura, una distorsión.

Con el 15-M pudimos entrever dos cosas. La primera es que existe una capacidad mínima de reacción por parte de, eso sí, una porción todavía escasa de la población. Aunque sea por simple hartazgo ante lo ofrecido. Y la segunda es que hasta las intenciones más puras entienden de distorsión. Lo que en principio era una masa heterogénea de personas con un objetivo homogéneo pronto sembró la semilla de la duda: lo que en primer término trataba más de combatir enemigos comunes que otra cosa pronto empezó a torcerse y poco a poco cada uno comenzó a mirar demasiado sus propios intereses echando piedras sobre su propio tejado, incluso censurando en casos aislados y no respetando todas las voces, una tiranía que precisamente fue el pretexto para la movilización de los "indignados". Este movimiento, que en cualquier caso sigue siendo noble, dejó patente el alto grado de corruptibilidad de las personas y que, personalmente, me deja ciertas dudas de cómo actuaríamos nosotros si nos viéramos en una situación de poder real.

Y es que ser héroe no debe de ser sencillo. Héroe de verdad, de los que no salen en las "fotos de familia" y no son idolatrados por los medios. Esos son los héroes de plástico, héroes de mentira, los héroes podridos de los que habla la canción de Fernando Alfaro. Ser humano nunca ha sido fácil, y en el futuro no tiene pinta de ser distinto. Eso debería hacernos valorar más que nunca lo difícil que es tener principios, ser un héroe real. Porque como dice un buen publicista tan querido como odiado en este país, un principio no es tal hasta que sacrificas algo por mantenerlo. Y además del sacrificio de Jesucristo, venerado hasta la saciedad en una sociedad pasiva y enfervorizada hacia lo divino, decidme vosotros qué entendemos la mayoría de nosotros de sacrificio. Tender hacia la corrupción en cierto grado puede ser tan criticable como humano.